Durante varias semanas, de lunes a viernes, mi vida consistió en visitar con Raffy los proyectos de la ONG hasta que regresábamos a casa cuando el sol empezaba a ponerse. Sí, conocí a Raffy nada más llegar a Kenia, de hecho fue la primera cara que me recibió sonriente cuando amanecí mi primera mañana en el piso que compartíamos los voluntarios. Y aunque sé que hoy esperabas salseo, esa es otra historia ;)
Pensar que podría aportar algo a nivel profesional fue lo que me animó a realizar el voluntariado y lo tuve claro al encontrar una organización con proyectos relacionados con el emprendimiento y los negocios. Con mi formación no había duda, ahí sí sería útil.
Antes de viajar a Kenia ya tenía acceso a un montón de documentos y extensos informes acerca de todos los proyectos. Estaba preparada.
“Todos los días irás con Raffy a los proyectos y le ayudarás a crear un business plan para cada emprendimiento. Además, juntos deberéis conseguir que cada negocio lleve su propia contabilidad por lo que vas a tener que transmitirles los conceptos básicos” - fueron las instrucciones que recibí la primera mañana.
Fácil, pensé.
Raffy me llevó a los proyectos y me presentó a sus responsables. Todos ellos ubicados a escasos pasos entre sí, en uno de los slums más grandes y populares del continente africano y que quizás te suene por series como Sense8: Kibera.
Kibera era una jungla de chapas metálicas, caminos embarrados ese mayo lluvioso, y montones de basura. El olor se quedaba asentado en la sien, y tras unos instantes desagradables rápidamente se olvidaba, ya que los estímulos visuales eran mucho más potentes. Imposible salir sin nuestras botas de agua para caminar sin miedo entre “a saber cuántas cosas”, atravesar la zona pantanosa que separaba nuestro piso de Kibera y saltar las piedras que los locales ponían para cruzar riachuelos con agua de dudosa procedencia. Toda una aventura.
Para que te hagas una idea, hablamos del barrio chabolista más grande de Nairobi (y de Kenia) con una población estimada de entre 500.000 y 1 millón de habitantes, cuya cifra exacta nunca sabremos pues una gran parte de su población no dispone de documentación. Y ya sabes, sin documentos, directamente no existes.
A Kibera fui día sí y día también por semanas. A veces con Raffy, a veces con María (otra voluntaria y a día de hoy gran amiga) y a veces sola. Con muchas hojas de excel, tareas que realizar y objetivos. Qué preparada me creía y qué perdida estaba.
No tenía la más mínima idea de lo que es la vida en un slum en África, de los retos y necesidades reales de las personas que allí viven. De por qué están allí, su forma de relacionarse, costumbres locales o su idioma. No sabía qué pensaban de mi (o de nosotros), si les agradaba o incomodaba nuestra presencia, o si se relacionaban con nosotros igual que entre ellos. Sabía mucha teoría, y ninguna práctica. Y ahora sé bien que la práctica en estos entornos es muchísimo más importante que cualquier teoría.
Por suerte, nosotros contábamos con Raffy que aportaba luz a tanta laguna y trataba como podía de explicarnos la casuística del lugar. Pero incluso él era tratado como un forastero en el slum. Imagínate.
“¿Cómo puede ser? Eres keniano, llevas ya tres años visitando a diario la zona, todos te conocen, hablas su lengua y compartes la cultura. A simple vista hasta parece que sois amigos por cómo te reciben” preguntábamos María y yo.
“Pero no soy de Kibera, y entro y salgo igual que hacen los blancos.” - No hacía falta decir más.
Con el tiempo nos explicó que el hecho de ir siempre acompañado de blancos y vivir en el piso de los voluntarios generaba mucho recelo en las personas locales. Asumían que tenía una situación de privilegio en la que se estaba haciendo de oro, y que en cualquier decisión se pondría “de nuestra parte”. Esto hacía que viviese en medio de dos mundos sin pertenecer realmente a ninguno, pues tampoco sentía que los blancos le valorasen como merecía por más que se esforzase. “Qué complicado vivir así…” - comentamos pensativas María y yo.
Y efectivamente, abriendo los ojos empecé a ver situaciones complejas que secundaban lo que nos había contado y que, a mi personalmente, me volaban un poquito la cabeza.
Uno de los proyectos era un cine (es decir, un local con un par de pequeñas televisiones y unos bancos en el que se proyectaban películas y partidos de fútbol a cambio de unos céntimos), y recuerdo perfectamente el día que “N”, bajo los efectos de a saber qué sustancia, provocó una pelea por la noche con los clientes que terminó con una de las televisiones en el suelo. “N” era una persona bastante querida por los blancos en la organización, por motivos que desconozco, y él lo sabía bien. Al día siguiente Raffy y yo nos fuimos al centro de Nairobi y perdimos el día buscando una tele nueva. ¿Consecuencias para “N”? Ninguna.
A los pocos días apareció un vecino de Kibera bastante charlatán pero con un gran don para venderse a sí mismo. Decía tener mucha experiencia y conexiones en el slum que ayudarían con los proyectos. Rápidamente encandiló a la sección occidental de la ONG y le contrataron, con un sueldo igual que los blancos (y 4 veces superior al de Raffy). Duró pocos meses, pues ya se veía que se le iba la fuerza por la boca.
Un día tuvimos una reunión muy importante en la que todo el equipo de la organización nos juntamos en Kibera, tanto blancos como locales. El fundador de la ONG española presentó un nuevo proyecto, con una explicación digna de una tesis universitaria - muy currada. La parte local parecía encantada con el proyecto, decían que sí a todo, sonreían y los voluntarios nos fuimos muy satisfechos con el resultado.
Una vez en casa, Raffy nos explicó que en cuanto la presentación terminó y comenzaron a hablar en swahili (el idioma local), realmente estaban criticando el proyecto y no estaban conformes con el nuevo plan. Todo esto mientras seguíamos allí, en nuestra cara ¡vaya! Sin embargo, rápidamente se hizo callar a Raffy. El proyecto seguiría adelante, “les ha gustado porque han dicho que sí” - palabras del fundador.
Estas situaciones hicieron que rápidamente viese que algo fallaba y probablemente vivirlo a través de Raffy me abrió los ojos más rápido de lo normal.
¿Cómo es posible que en Kibera las ONGs se reproduzcan como setas y sin embargo nada cambie? ¿Cuál es la dinámica de poder que hay entre extranjeros y locales? ¿Nos reciben sonriendo pero realmente no están a gusto con nuestra presencia? ¿Por qué está Raffy contratado con un sueldo 4 veces inferior al de los extranjeros y cuando aporta el input relevante no es tenido en cuenta? En pocos días, ya había demasiadas cuestiones que empezaban a apelotonarse en mi cabeza…y aún no tenía ninguna respuesta.
Me encantaría leer qué piensas.
Wiki njema! (Feliz semana)
La verdad es que no parece buena idea iniciar un proyecto sin tener en cuenta la opinión de quien está in situ.
Parece más un negocio que se venda bonito que no una ayuda real.
Utilizar a gente local para que te haga el trabajo de comunicación pero sin reconocer el mérito y lo que supone para esa persona tampoco habla muy bien de la implicación a largo plazo.
Hay que decir que lo digo desde el total desconocimiento.
Totalmente de acuerdo.. Al final y sin generalizar las ong las ven como negocio y muchas son.. Creo q las 2 partes y la tele no ayuda a crear la imagen a ambos continentes.. Blancos salvadores,/ricos y negros q reciben sin que les pidan responsabilidades por ello y pensando q al otro lado todo es fácil.. No creo q no esten agusto.. Bueno algunas veces igual no.. Creo q hace mucho el enfoque y las experiencias y actitudes de ambas oartes.. Y difícil de explicar cuado no se ha estado allí..